24 de junio de 2013

El último examen



Mientras espera a que el profesor reparta las hojas, el chico de la coleta se frota los ojos y carraspea con voz de fumador, éste es el último examen de mi vida, lo juro, la selectividad y ya, c´est fini, no vuelvo a coger un boli, que estudiar no es lo mío, ahora a buscarme la vida de lo que sea o de lo que se pueda, ya se verá, primero a quemar Soria en los sanjuanes y luego a echar currículums en las ETTS, que algo saldrá y mientras tanto a cosechar con mi padre y sacarme unas pelas para pasar el verano, ni tan mal, ¿no?.  En la fila de atrás la chica de pelo largo se mira el callo abultado en el dedo corazón, mira que queda feo, piensa, pero como no tengo a nadie que me coja la mano...  Coloca los dos bolis azules de bic y el típex y el DNI y mientras espera las preguntas del último examen, el de filosofía, mira al chico de la coleta moverse en su pupitre intranquilo y se da cuenta de que hoy es el último día que lo va a ver porque a partir de hoy sus caminos se separán inexorablemente y para el resto de sus vidas aunque ella hubiese querido que fuera de otra manera pero es así y para qué seguirse lamentando.  Alea iacta est, la suerte está echada, la chica de pelo largo se obliga a pensar en el imperativo categórico de Kant, en las circunstancias de Ortega y reza para que le caiga Platón y así poderse explayar en los presocráticos o igual también podría ser Nietzsche, los cínicos y el escepticismo que le fascinan. 
Los minutos que dura el reparto de folios en blanco se hacen eternos para los estudiantes y muy cortos para la profesora que los va dejando extremadamente despacio encima de cada mesa con un cierto sadismo.  Venga, que hoy es el último día, se autoanima y después unas merecidas vacaciones, tantos días por delante que no hace falta contarlos, qué ganas de perder de vista a esta cuadrilla de mini adultos insoportables y apestosos.  La profesora que reparte los papeles está destinada desde hace años en una ciudad que no es la suya.  Pero ahora que llega el verano se marchará a la aldea que la vio nacer, el lugar mágico adonde todos vuelven y del que todos se han ido alguna vez.  El puñetero pazo, en palabras de su hijo el mayor, uno de esos miniadultos como los que tortura hoy en el aula, retrasando lo máximo posible el reparto del examen.
A miles de kilómetros de allí, la chica de ojos grandes y labios carnosos, la doble de Penélope Cruz, lee los últimos resúmenes de literatura inglesa medieval, desliza con suavidad el fluorescente por las fechas mientras mira con nostalgia por el gran ventanal de la sala de estudio de la residencia.  Es el último examen y es la última semana que estarán allí, en ese paraíso perdido de Milton donde fue más feliz que en toda su vida.  Es consciente de que le sobreviene lo inevitable, la maleta, la habitación vacía, el último gofre, el último beso, el primer adiós.  Tú a Albacete y yo a Logroño, le dice riéndose con la boca y llorando con los ojos, en la ciudad que llaman la venecia del norte.  Se conocieron ya al principio del Erasmus y en poco tiempo lo fueron todo el uno para el otro.  Las comidas y cenas conjuntas en la cocina de la resi, las siestas interminables, los paseos en bici, las noches que nunca más pasarán juntos en una cama de noventa.  Ahora piensan que se visitarán los fines de semana y después ya se verá.  Ella, más optimista, sueña con llevarle de vinos por la calle Laurel.  Él sabe, que por doloroso que sea, por mucho que se le parta ahora el corazón viéndola con la mirada perdida en la sala de estudio, será él quien ponga el punto y final.  Aunque hoy no, todavía. Que estas historias no funcionan, que es tontería hacerse ilusiones.  Cuando entra en la sala donde reina un silencio absoluto, le hace un gesto para que salga afuera.  Ella deja todo allí y sale deprisa arrastrando los pies en las sandalias de goma.  ¿Qué tal el examen? Le pregunta, bien bien, dice él.  Han decidido no hablar de lo que les rompe el alma, ni de qué harán, ni de cómo se verán, ni de nada de nada.  Han dedicido regalarse ser felices el tiempo que les queda después del último examen.
En la mesa de la chica de pelo largo cae el examen de filosofía como una losa de granito.  Lee rápidamente “el nihilismo” de Nietzsche o “el mito de la caverna” de Platón.  Oye por todos lados los bufidos y los suspiros de sus compañeros.  Le han caído dos temas que son dos caras de una misma moneda: el modo en que vemos la vida.  Si creemos en que hay esperanza en cosas mejores o nos resignamos directamente a la desesperanza, a la nada.  Y pensando en su propia historia personal, se lanza a escribir los primeros esquemas en los folios en blanco. Aún no ha decidido lo que va a hacer.  Si le va a decir algo cuando salgan del examen, de ir a tomar algo juntos o quedar en las fiestas de Soria o si debería pasar de él olímpicamente.  Al fin y al cabo, ¿cuándo hace desde la última vez que estuvieron juntos?.  Y entretanto, alguna carta, conversaciones entrecortadas entre clase y clase y poco más.  Ella achaca su comportamiento a su timidez e inseguridad, pero sus amigas ya se han atrevido a decirle más de una vez lo que ella no quiere oír, que no está enamorado de ella, que está jugando a un juego cruel.  El folio va llenándose de letras.  Lo que vemos en la caverna es sólo el reflejo de la realidad, el mundo sensible, el mundo inteligible...  Seguir mi corazón o dejarme llevar por la razón.  Joer, ¡es la base de la filosofía misma!.  Y si todas las señales que yo creo que él me manda fueran irreales, es decir, y si fueran sólo el reflejo de la verdad, como dice Platón.  Entonces estaría engañándome una vez tras otra y él riéndose de mí.  ¿Por qué es el amor tan complicado?  Igual es que queremos encontrar un amor romántico que no existe, quizá nuestra existencia carezca de sentido alguno, como afirma Nietzsche.  No, me niego a pensar eso.  Me inclino más la filosofía platoniana.
Mientras escribe y escribe, levanta de vez en cuando la cabeza para mirar al chico de la coleta y ver si él también se sabe alguno de los temas y le ve escribiendo.  Seguro que él ha elegido a Nietzsche, cabrón nihilista.  Ella entrega primero y sale fuera a la calle a fumar un cigarrillo.  Va saliendo más gente.  Los comentarios de unos y otros le resuenan en los oídos como un eco ininteligible.  El corazón le va latiendo más deprisa a medida que va saliendo la gente, tarde o temprano saldrá él y entonces qué, decirle algo, nada o qué.
Finalmente sale, sus miradas se encuentran un segundo, y antes de que él pueda decir nada, ella tira el cigarrillo al suelo lo pisa y se marcha, desaparece para siempre.  Se escapa de la caverna en la que había estado prisionera y por fin se siente, aunque de nuevo sola, libre.

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