Mientras
espera a que el profesor reparta las hojas, el chico de la coleta se frota los
ojos y carraspea con voz de fumador, éste es el último examen de mi vida, lo
juro, la selectividad y ya, c´est fini,
no vuelvo a coger un boli, que estudiar no es lo mío, ahora a buscarme la vida
de lo que sea o de lo que se pueda, ya se verá, primero a quemar Soria en los
sanjuanes y luego a echar currículums en las ETTS, que algo saldrá y mientras
tanto a cosechar con mi padre y sacarme unas pelas para pasar el verano, ni tan
mal, ¿no?. En la fila de atrás la chica de
pelo largo se mira el callo abultado en el dedo corazón, mira que queda feo,
piensa, pero como no tengo a nadie que me coja la mano... Coloca los dos bolis azules de bic y el típex
y el DNI y mientras espera las preguntas del último examen, el de filosofía,
mira al chico de la coleta moverse en su pupitre intranquilo y se da cuenta de
que hoy es el último día que lo va a ver porque a partir de hoy sus caminos se
separán inexorablemente y para el resto de sus vidas aunque ella hubiese
querido que fuera de otra manera pero es así y para qué seguirse lamentando. Alea
iacta est, la suerte está echada, la chica de pelo largo se obliga a pensar
en el imperativo categórico de Kant, en las circunstancias de Ortega y reza
para que le caiga Platón y así poderse explayar en los presocráticos o igual
también podría ser Nietzsche, los cínicos y el escepticismo que le fascinan.
Los
minutos que dura el reparto de folios en blanco se hacen eternos para los
estudiantes y muy cortos para la profesora que los va dejando extremadamente
despacio encima de cada mesa con un cierto sadismo. Venga, que hoy es el último día, se autoanima
y después unas merecidas vacaciones, tantos días por delante que no hace falta
contarlos, qué ganas de perder de vista a esta cuadrilla de mini adultos
insoportables y apestosos. La profesora
que reparte los papeles está destinada desde hace años en una ciudad que no es
la suya. Pero ahora que llega el verano
se marchará a la aldea que la vio nacer, el lugar mágico adonde todos vuelven y
del que todos se han ido alguna vez. El
puñetero pazo, en palabras de su hijo el mayor, uno de esos miniadultos como los
que tortura hoy en el aula, retrasando lo máximo posible el reparto del examen.
A
miles de kilómetros de allí, la chica de ojos grandes y labios carnosos, la
doble de Penélope Cruz, lee los últimos resúmenes de literatura inglesa
medieval, desliza con suavidad el fluorescente por las fechas mientras mira con
nostalgia por el gran ventanal de la sala de estudio de la residencia. Es el último examen y es la última semana que
estarán allí, en ese paraíso perdido de Milton donde fue más feliz que en toda
su vida. Es consciente de que le
sobreviene lo inevitable, la maleta, la habitación vacía, el último gofre, el
último beso, el primer adiós. Tú a
Albacete y yo a Logroño, le dice riéndose con la boca y llorando con los ojos,
en la ciudad que llaman la venecia del norte.
Se conocieron ya al principio del Erasmus y en poco tiempo lo fueron
todo el uno para el otro. Las comidas y
cenas conjuntas en la cocina de la resi, las siestas interminables, los paseos
en bici, las noches que nunca más pasarán juntos en una cama de noventa. Ahora piensan que se visitarán los fines de
semana y después ya se verá. Ella, más
optimista, sueña con llevarle de vinos por la calle Laurel. Él sabe, que por doloroso que sea, por mucho
que se le parta ahora el corazón viéndola con la mirada perdida en la sala de
estudio, será él quien ponga el punto y final.
Aunque hoy no, todavía. Que estas historias no funcionan, que es
tontería hacerse ilusiones. Cuando entra
en la sala donde reina un silencio absoluto, le hace un gesto para que salga
afuera. Ella deja todo allí y sale
deprisa arrastrando los pies en las sandalias de goma. ¿Qué tal el examen? Le pregunta, bien bien,
dice él. Han decidido no hablar de lo
que les rompe el alma, ni de qué harán, ni de cómo se verán, ni de nada de
nada. Han dedicido regalarse ser felices
el tiempo que les queda después del último examen.
En
la mesa de la chica de pelo largo cae el examen de filosofía como una losa de
granito. Lee rápidamente “el nihilismo”
de Nietzsche o “el mito de la caverna” de Platón. Oye por todos lados los bufidos y los suspiros
de sus compañeros. Le han caído dos
temas que son dos caras de una misma moneda: el modo en que vemos la vida. Si creemos en que hay esperanza en cosas
mejores o nos resignamos directamente a la desesperanza, a la nada. Y pensando en su propia historia personal, se
lanza a escribir los primeros esquemas en los folios en blanco. Aún no ha
decidido lo que va a hacer. Si le va a
decir algo cuando salgan del examen, de ir a tomar algo juntos o quedar en las
fiestas de Soria o si debería pasar de él olímpicamente. Al fin y al cabo, ¿cuándo hace desde la última
vez que estuvieron juntos?. Y
entretanto, alguna carta, conversaciones entrecortadas entre clase y clase y
poco más. Ella achaca su comportamiento
a su timidez e inseguridad, pero sus amigas ya se han atrevido a decirle más de
una vez lo que ella no quiere oír, que no está enamorado de ella, que está
jugando a un juego cruel. El folio va
llenándose de letras. Lo que vemos en la
caverna es sólo el reflejo de la realidad, el mundo sensible, el mundo
inteligible... Seguir mi corazón o
dejarme llevar por la razón. Joer, ¡es
la base de la filosofía misma!. Y si
todas las señales que yo creo que él me manda fueran irreales, es decir, y si
fueran sólo el reflejo de la verdad, como dice Platón. Entonces estaría engañándome una vez tras
otra y él riéndose de mí. ¿Por qué es el
amor tan complicado? Igual es que
queremos encontrar un amor romántico que no existe, quizá nuestra existencia
carezca de sentido alguno, como afirma Nietzsche. No, me niego a pensar eso. Me inclino más la filosofía platoniana.
Mientras
escribe y escribe, levanta de vez en cuando la cabeza para mirar al chico de la
coleta y ver si él también se sabe alguno de los temas y le ve
escribiendo. Seguro que él ha elegido a
Nietzsche, cabrón nihilista. Ella
entrega primero y sale fuera a la calle a fumar un cigarrillo. Va saliendo más gente. Los comentarios de unos y otros le resuenan
en los oídos como un eco ininteligible.
El corazón le va latiendo más deprisa a medida que va saliendo la gente,
tarde o temprano saldrá él y entonces qué, decirle algo, nada o qué.
Finalmente
sale, sus miradas se encuentran un segundo, y antes de que él pueda decir nada,
ella tira el cigarrillo al suelo lo pisa y se marcha, desaparece para
siempre. Se escapa de la caverna en la
que había estado prisionera y por fin se siente, aunque de nuevo sola, libre.
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