5 de julio de 2012

Algunos veranos de nuestra vida


Los veranos de muchas personas de mi generación eran de la siguiente manera: te daban las vacaciones en la escuela y con las notas en la mano te ibas a comprar el chocolate de la noche de San Juan. A la luz de una hoguera nos sorprendía la madrugada al lado del río, fumando los primeros cigarrillos sobre  unas lonas viejas y el brazo del primer amor librándonos del frío.  El mes de julio era el piscinero. Comprar el bono de la piscina era como sacarse el pasaporte a un viaje de bikinis, libro a la sombra de un sauce y crema solar.  Si nos quedábamos a comer nos llevábamos el bocadillo de tortilla de chorizo. Las tardes eran de paseos interminables que empezaban en un banco de la plaza y podían terminar bien entrada la noche en cualquier lugar escondido del parque de la arboleda.  Después agosto emoción. La llegada de los amigos del verano, las preparaciones de la peña, las ansiadas fiestas populares.  A finales de agosto el verano les pillaba a algunos apurando en la biblioteca pública los apuntes de alguna asignatura cateada y a la salida nos reuníamos todos en un banco y más adelante en una terraza.  Días y noches sin fin, hacer mucho no haciendo nada, ser y estar. 
Hoy muchos se lamentan por no poder (otro año más) ir de vacaciones (entiéndase por esto viajar a algún sitio, alojarse en un hotel...). Aquí algunos, cuando les dices que te vas a tu pueblo de vacaciones, te miran con cierta compasión.  Cuántas generaciones de gente han pasado sus veranos en el pueblo, saboreando el lujo del tiempo libre, la libertad, la amistad, el amor y la familia y no pasaba nada (en realidad pasaba mucho, ¡la vida misma pasaba!).  Y no había crisis entonces.  Era simplemente así.  Yo fui dos veranos de vacaciones con mi madre y los que no iba pues no pasaba absolutamente nada. Y créanme: había muchísima gente que nunca iba de vacaciones. Y no era para tanto.
Llegamos a veces a un punto en el que el plan para las vacaciones pareciera una competición a ver quién se va más lejos: Argentina, Islandia o la Conchinchina. Y si es varias veces al año mejor.  Oye, y qué bien cuando se puede, pero no siempre se puede (ni se podía) y no es tan grave. 
Os cuento mi plan: este verano me voy de viaje a los fiordos noruegos con una novela de Asa Larsson. También visitaré Las venas abiertas de América Latina de la mano de Eduardo Galeano desde la piscina de mi pueblo o desde la cama a la hora de la siesta. Y tan contenta.