27 de junio de 2014

El mejor regalo del mundo



Están casi ahí, se huelen, se sienten, las golondrinas surcando el cielo llevan ya unas semanas anunciándolas, la puerta a las vacaciones de verano está ya entreabierta.  Esta mañana en la escuela de Amélie, la emoción era palpable, ya casi nadie prestaba atención al último discurso matinal de la directora, interrumpiendo sus palabras de despedida con un arrugarse de bolsas, papel de celofán y otros envoltorios que contenían los regalos a los profesores.  Los más pequeñitos sujetan con alegría todo el camino a la escuela el dibujo que han hecho a su seño.  Ese detalle final es para mí una indispensable muestra de agradecimiento.  Muchos dirán que por qué hay que comprar un regalo al profesor si ya le pagan por hacer su trabajo.  Ése me parece un comentario injusto: hay muchas formas de desempeñar tu trabajo, puede ser  insuficiente, suficiente, bien, notable o sobresaliente.  Y a todos les pagan lo mismo.  La enseñanza no es un sector en el se bonifique el mérito.  La escuelas no son bancos. No todos los profesores están en la docencia por vocación y eso se nota a la legua.  Yo misma, que estoy en el gremio, no puedo negar que, cuando vienen con el regalito de fin de curso, me hace ilusión, sea lo que sea, una postal con un bonito texto en español, unas flores... es una forma de reconocer el esfuerzo y el trabajo bien hecho.  El trabajo no visto de los profesores es una de las cosas más desconocidas por la sociedad.  Las horas de preparación en casa y de búsqueda de material por internet, en librerías, en conversaciones con otros compañeros, por no hablar de las correcciones y otras cosas como cuando preparamos actividades extraescolares o fiestas para los alumnos.  Sin embargo, un regalo material no lo soluciona todo.  En la escuela de Amélie, por ejemplo, seguro que muchas mamás pueden comprar ramos de flores super chulos o regalazos para quedar de fábula con la seño, pero no se trata de eso, creo yo.  No es una competición a ver quién lleva el regalo más costoso.  Se trata del detalle.  Es mucho más bonito ponerse de acuerdo con todas las mamás (sí, claro, lleva tiempo y esfuerzo, que me lo digan a mí, para llegar a todas ellas ¡que no tienen mail ni entienden ninguno de los idiomas que hablo!) y que cada una, aportando lo que pueda, pueda contribuir a un regalo colectivo, de toda la clase.  Al hacer eso, estamos fomentando algo que es tan importante para el maestro como el regalo: la implicación de los padres en el proceso educativo.  En mi caso, tampoco un regalo lo resuelve todo.  Este año he tenido algún percance con alumnos.  No suele pasar mucho en la enseñanza de adultos pero cuando pasa puede ser hostil.  Una disculpa sincera es mejor que una caja de bombones.  El materialismo puede en ocasiones hacernos olvidar lo esencial de la vida.  Hoy en día exigimos mucho y nos disculpamos más bien poco.  Quizá sean estos buenos tiempos para recordar que el mejor regalo para un profesor es el respeto.  BUENAS VACACIONES A TODOS