8 de mayo de 2013

En el mundo genial de las cosas que dices...



Ayer participé (como profe) por primera vez en una actividad de mi escuela de Gante llamada “las tertulias”.  Consiste en que los alumnos se sienten por grupos en una sala y que un grupo de nativos hispanohablantes (a los que hemos contactado previamente) se sienten con ellos para hablar en español de los temas que surjan.  En las mesas se pone algo de picar, unos mapas y algunos titulares de la actualidad por si les faltase la inspiración y luego se puede también pedir algo de beber (pagando) en un improvisado bar en el que los profes jugamos a ser camareros.    Era la tercera vez que se organizaba esta actividad este curso escolar y fue nuevamente un éxito.  Es una ocasión inmejorable para que los alumnos belgas pongan en práctica el español con hablantes nativos de diferentes acentos y a unos y a otros les encanta.  Es importante mencionar que estas personas nativas participan en la actividad de manera totalmente desinteresada ya que no se les paga, se les da un detalle y desde luego ésta no es la razón por la que participan.  Varias personas (belgas) a las que les he comentado esto suelen quedarse perplejas, sobre todo cuando les digo que hay algunos nativos que repiten y van a varias sesiones, “¿por qué lo hacen si no les pagan?”, supongo que para muchos belgas es impensable hacer algo por otro sin que sea remunerado.  Saqué ayer esta conversación con un par de compañeros en las tertulias, venía a cuento por otra historia, hablando (¡cómo no!) de la crisis en España.  Ellos decían que los belgas tienen en general más conciencia cívica en cuanto, por ejemplo, a la importancia de pagar impuestos y aunque se quejan y requetequejan por ellos (y con razón porque son muy elevados), son conscientes de que gracias a ellos tienen un auténtico estado del bienestar.  Opinaban que en Bélgica está más extendida la opinión de que si defraudas al estado, te defraudas a ti mismo (con excepciones claro, porque defraudadores haberlos haylos como en todas partes).  Por otro lado el belga es también un individualista y esto le viene de su pasado protestante-calvinista: el que la vida te vaya bien o mal depende de ti, tienes que trabajar duro para ser alguien en la vida, para vivir bien y disfrutar de una buena pensión, la buena o mala suerte no existe, sólo el trabajo duro.  Estas ideas están hoy en día bien asentadas en los EEUU pero vinieron de Holanda, y como todos sabemos Bélgica es una amalgama de holandeses, franceses, alemanes y españoles.  Yo creo (y ellos mis compañeros compartían esta opinión) que los españoles estamos hechos, en general, de otra pasta.  Nuestra herencia católica del sur de Europa nos hace condescendientes con lo fraudulento, pícaros que buscan a la ley la trampa y que, aunque desconfían del Estado, por otro lado esperan que éste les resuelva todos sus problemas y necesidades.  Si las cosas van bien o mal, depende en gran parte de la mala o buena suerte (y esto queda demostrado en la cantidad de dinero que los países del sur de Europa se gastan en loterías y juegos de azar) o de los gobiernos.  La culpa nunca es de uno y los pecados, al fin y al cabo, se pueden confesar, borrón y cuenta nueva.  Sin embargo, hay entre los españoles una extraordinaria capacidad para resolver los problemas entre la gente, y una envidiable solidaridad y altruismo.  Y en eso los belgas no nos sacan ninguna ventaja.  A menudo tengo que oír por estos lares que cuando a uno le van mal las cosas es porque “él se lo ha buscado”,ya que  “trabajo hay de sobra”, el que cobra una prestación “es un
aprovechado”, y “que se las apañe”.  Aquí cada uno (con honrosas excepciones) va a lo suyo.  Hay muy poca empatía (y ya no digamos simpatía) por los problemas de los demás, como si uno tuviera la culpa de haber nacido pobre o inmigrante(y ya no digamos otras circunstancias como deprimido, embarazada o enfermo crónic o...).  Muchos de estos belgas ufanos siguen clase de español.  Y cuando durante las tertulias se topan, por ejemplo,  con una chica española bien formada, que ha venido a Bélgica a buscarse la vida porque en España no puede,  u otra que ya lleva aquí unos años y trabaja y ha formado una familia, y ha accedido desinteresadamente a hablar con él para que pueda practicar español, entonces el belga arrogante mete el rabo entre las piernas y se quita el sombrero ante el españolito bajito y bigotudo.  Creo que estas tertulias son para muchos de nuestros alumnos (y para nosotros los profesores) una cura de humildad.  ¿No es maravilloso que haya gente que haga cosas “por amor al arte”?   ¿Es que todo hay que pagarlo con dinero?  ¿Qué valores queremos transmitirles a nuestros hijos mitad belgas mitad españoles? Pues ojalá les podamos enseñarles  lo mejor de las dos culturas: a trabajar duro para labrarse un futuro y si por ese camino empinado  se encuentra a alguno en el suelo, a darle la mano sin que por eso se le caigan los anillos; a ser correcto y educado en las formas sin perder la nota de espontaneidad y simpatía que nos caracteriza a los españoles; a saber guardar miguitas por si mañana pasamos hambre sin olvidar que hay que disfrutar el día de hoy porque nunca estaremos seguros de cuándo durará el mañana.
Posdata: el título de mi entrada es el título de una canción del grupo español “Madita Nerea”, me parecía apropiado porque durante las tertulias entre belgas e hispanos, a través de las palabras, se crean puentes, se sacuden conciencias, se abren los ojos, se descubre un mundo genial y sobre todo, se sonríe...