Hace unos tres años trajeron una selección de cuadros de Frida Kahlo a Bruselas y organizaron una exposición maravillosa. No me acuerdo las veces que la visité con mis grupos de español, pero más de una y más de dos. Compré un libro con sus cuadros, vi un documental sobre su vida y una película, me empapé bien de lo que le había tocado vivir. No olvido el talento de Frida y tampoco su sufrimiento y su dolor. Pensé en ella y en su cuadro Henry Ford Hospital durante el verano pasado cuando se me fue la incipiente vida que había logrado engendrar dentro de mí y he pensado en ella estos últimos días a causa del maldito dolor de espalda. Y es que hay que ver lo largos que se hacen los días cuando uno está enfermo, por mucho que duermas, leas o veas la tele, hay tanto TIEMPO que uno piensa, recuerda, sueña y a veces llora de frustración.
Pero lo
que me lleva a escribir esta columna es el cariño colateral que uno recibe de
la gente en situaciones adversas. Y digo colateral porque surge precisamente de
la adversidad. Y no es la primera
vez. Corría el año 2003, había vuelto
del Erasmus, tenía pensado prepararme ese curso las oposiciones y el CAP en
Valladolid pero antes de empezar me quedé en mi pueblo un par de meses para
trabajar y ahorrar algo de dinero.
Primero empecé en una empresa de limpieza de la que al poco tiempo me
echaron, y es que la limpieza no es lo mío.
Me llevé un gran disgusto en ese momento porque pensaba que no me
saldría otra cosa. ¿Te acuerdas Camol
;-)? Primero eligiendo mi “uniforme” en
la tienda de tu madre y luego consolándome después... Después de ese trabajo entré en una fábrica
de piezas de coche. Me tocó en una
cadena de montaje con unas chicas que no conocía de otros pueblos. Al principio me tantearon y me lo pusieron
difícil, marcaban terreno y distancias con la chica que venía de la universidad
. Pero a base de horas y de bocadillos
me dieron una oportunidad y entablamos una bonita amistad. Sin ellas, el
trabajo duro y la soledad de la fábrica habrían sido insoportables. Cuando terminé de trabajar allí me hicieron
una merienda en la bodega de su pueblo de despedida y guardo unos recuerdos
entrañables de esas dos compañeras (Begoña y Cristina) que, tras los recelos
iniciales, hubieran hecho cualquier cosa por mí. Así de fuerte son las relaciones cuando la
vida no nos muestra su mejor cara.
Diez
años después tengo la misma sensación pero con una diferencia: esa amistad
solidaria viene de amigas y compañeras madres.
Y es que la maternidad crea un vínculo de generosidad y comprensión
fortísimo, como si se tratara de una red de madres que se ayudan entre sí. Ofrecen un hombro, una canguro, un material
para dar en clase, una sustitución gratuita y desinteresada (¡o dos!), ofrecen
llevarte a casa pastel y café (a falta de escapadita...) y cualquier cosa que
haga falta. A todas las comadres que
estáis ahí: ¡GRACIAS!
Aún a riesgo de ser una pesada, aquí seguiremos estando, Elvi, que esto no acab más que empezar, anda que no nos quedan años por delante de comadreo, de compartir experiencias y alegrías y penas, todas las que nos traigan el ver crecer a nuestrso hijos.
ResponderEliminar¡Gracias también a ti por estar ahí!