“Lo que
siempre quisieras oír” era el título de la última columna de Manuel Vicent que
había recortado y guardado en la carpeta de las clases. Según Woody Allen, sólo hay dos palabras que superan en
felicidad al “te quiero”. Esas dos otras
palabras permanecían encerradas en el párrafo del recorte de periódico y
pertenecían al universo de la literatura.
Hasta que el pasado lunes él decidió ir al médico a mirarse el bulto que
tenía desde hacía unos meses en la nuca.
Un ganglio inflamado. El médico
de cabecera palpó con sus manos los dos lados del cuello mientras él se estaba
muy quieto. Se retiró serio y silencioso
y él sintió un latigazo en el estómago. Cuando
un médico te dice que puede ser lo que nunca querrías que fuera, ves pasar
delante de tus ojos tu vida entera. Lo que no has hecho y te queda por hacer. Sus pies le llevaron mecánicamente al coche y
lo condujo hasta casa en piloto automático.
Aún faltaban pruebas y podría no ser nada pero y si es lo otro, lo que, de puro pánico, no nos atrevemos ni a nombrar en voz alta. Parecía una película de terror. Al abrir la puerta de casa oyó las melodías
infantiles y se desmoronó en los brazos de su mujer como un niño
indefenso. ¿Y si es lo que no queremos
que sea? Los dos días siguientes intentaron abstraerse de ese pensamiento
terrorífico en rutinas diarias. Pero al
pararse en un atasco, volvió a pensar en mil y una cosas: los momentos
desperdiciados, las frases no dichas, las discusiones inútiles, el valor del
tiempo y de la vida. Nos pasamos la vida
quejándonos de ella y cuando ésta se ve amenazada entonces no nos cabe duda de
qué es lo importante, qué es lo que haríamos si no hubiera un mañana, con quién
pasaríamos el tiempo, tiempo que antes mendigábamos. Ella
llorará por primera vez a solas y casi en silencio para que él no se
percate. Ella por primera vez no le
sacará el tema. Todo irá bien, sea lo que sea.
Lo afrontaremos juntos, lucharemos manteniendo el optimismo hasta el
final. Por nosotros y por nuestra pequeña.
Ella no se atreve a ponerse a pensar que pasaría con su vida si es lo
que no quieren que sea.
Y
entonces, después de dos noches y dos días con la espada de Damocles sobre la
cabeza, una llamada telefónica nos hace el mejor regalo de nuestra vida: dos
palabras. Es benigno.
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