4 de octubre de 2012

Dos palabras



“Lo que siempre quisieras oír” era el título de la última columna de Manuel Vicent que había recortado y guardado en la carpeta de las clases.  Según Woody Allen,  sólo hay dos palabras que superan en felicidad al “te quiero”.  Esas dos otras palabras permanecían encerradas en el párrafo del recorte de periódico y pertenecían al universo de la literatura.  Hasta que el pasado lunes él decidió ir al médico a mirarse el bulto que tenía desde hacía unos meses en la nuca.  Un ganglio inflamado.  El médico de cabecera palpó con sus manos los dos lados del cuello mientras él se estaba muy quieto.  Se retiró serio y silencioso y él sintió un latigazo en el estómago.  Cuando un médico te dice que puede ser lo que nunca querrías que fuera, ves pasar delante de tus ojos tu vida entera. Lo que no has hecho y te queda por hacer.  Sus pies le llevaron mecánicamente al coche y lo condujo hasta casa en piloto automático.  Aún faltaban pruebas y podría no ser nada pero y si es lo otro, lo que, de puro pánico,  no nos atrevemos ni a nombrar en voz alta.  Parecía una película de terror.  Al abrir la puerta de casa oyó las melodías infantiles y se desmoronó en los brazos de su mujer como un niño indefenso.  ¿Y si es lo que no queremos que sea? Los dos días siguientes intentaron abstraerse de ese pensamiento terrorífico en rutinas diarias.  Pero al pararse en un atasco, volvió a pensar en mil y una cosas: los momentos desperdiciados, las frases no dichas, las discusiones inútiles, el valor del tiempo y de la vida.  Nos pasamos la vida quejándonos de ella y cuando ésta se ve amenazada entonces no nos cabe duda de qué es lo importante, qué es lo que haríamos si no hubiera un mañana, con quién pasaríamos el tiempo, tiempo que antes mendigábamos.   Ella llorará por primera vez a solas y casi en silencio para que él no se percate.  Ella por primera vez no le sacará el tema. Todo irá bien, sea lo que sea.  Lo afrontaremos juntos, lucharemos manteniendo el optimismo hasta el final. Por nosotros y por nuestra pequeña.  Ella no se atreve a ponerse a pensar que pasaría con su vida si es lo que no quieren que sea. 
Y entonces, después de dos noches y dos días con la espada de Damocles sobre la cabeza, una llamada telefónica nos hace el mejor regalo de nuestra vida: dos palabras.  Es benigno.

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