Me acuerdo de cuando venías a buscarme a la salida. Si la felicidad son momentos, ése era uno de ellos. Cada viernes, en el mismo lugar y a la misma hora, el entorno no podía ser más idílico, el jardín de los cisnes de Brujas. Ese viaje a casa era nuestra porción de “quality time”. Volverme en tren y llegar más tarde nos habría arrebatado esa charla preciosa al final de la semana. El año pasado yo también fui a buscarte a ti. Incluso te llevaba al trabajo. Compartíamos el coche. Levantarme me costaba, tengo que reconocerlo, pero luego una vez en camino, me gustaba. Fantaseaba con la posibilidad de cómo sería si trabajáramos juntos. Por la tarde yo daba clase hasta las cuatro y después me ponía en carretera hacia ti. Iba siempre muy feliz a buscarte, adrenalina del tipo viernes por la tarde, emoción del reencuentro (téngase en cuenta que no nos veíamos mucho a diario por motivos de trabajo). Pero en aquel entonces teníamos mucho tiempo para nosotros a pesar de los horarios y del trabajo. Extraño de entender, ¿verdad?. Después ampliamos la familia (a nosotros dos siempre nos gustó llamarnos la familia, aunque fuéramos dos), se amplió nuestro amor a uno más y nuestro tiempo se dividió como una caja de quesitos. Ahora todo gira en torno a nuestro ser más querido y nos cuestra encontrarnos entre tanto obstáculo que se empeña en ponernos en medio la rutina. Necesitamos volver a encontrarnos de verdad como novios, recuperarnos, reconocernos, pero no siempre es fácil: no sólo la vida cambia, también nosotros mismos, ya lo decía Heráclito. Quien tenga hijos sabrá de lo que hablo. Puede que haya armonía como papás de la criatura, como compañeros que comparten una vivienda, como amigos que se cuentan los pormenores del trabajo, etc, pero se extraña la dualidad única y cómplice y no deberíamos resignarnos sin más a no tenerla (aunque sea cuando nuestro ser más querido se va a la cama).
La falta de tiempo, la rutina, el estrés también hace a veces que sin querer, dañemos a nuestro ser amado, precisamente por ser el que más cerca está. Debiéramos cuidar más de nuestra media naranja, sí, a pesar de los años y de los niños, no valen las excusas, tendríamos que mimarnos como al principio. Debería ser una obligación.
Cariño, si a veces te he herido por el cansancio, perdóname. Si te abrumo con mis malos humores y mis quejas, lo siento. Yo también te perdono de antemano si pasas por mi lado y no me ves como yo quiero que me veas, si me das un beso alguna vez sin mirarme fíjamente a los ojos. Por ser tú, te lo perdono todo.
Ojalá te asomes alguna vez a esta habitación mía y leas estos pensamientos. Dejaré la puerta entornada...
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