27 de septiembre de 2011

Galopa caballo, jinete del pueblo que la tierra es tuya

Siempre es impactante conocer a la persona más allá del personaje. Eso me pasó el sábado al conocer a Paco Ibáñez. Yo había leído tantas veces su nombre en la cajita de la cinta de casette que mi madre conservaba en el cajón del salón de casa. Su voz, profunda como si saliera del fondo de la tierra o más bien, del fondo fondo de nuestra historia. El escenario rojo y negro, quizá un guiño anárquico-comunista. Una silla, una guitarra y su voz. El entorno no podía ser más bello: el teatro antiguo de Brujas. Iba contando en francés anécdotas y explicaciones de cada uno de los poemas a los que ponía voz y entre col y col alguna lechuga biográfica bañada con ironía, sarcasmo. Su infancia entre el País Vasco y Cataluña, su juventud parisina, su alma andaluza, su amor por el cante jondo... Pero lo que más me sorprendió fue descubrir que este hombre de 75 años, exiliado, expatriado como tantos de los que le estábamos escuchando, no hubiera cambiado ni un ápice su espíritu contestatario y subversivo. Era su intención además de cantar poesía remover conciencias y lo consiguió. Y eso que no siempre estaba de acuerdo con sus postulados. Con algunos de los poemas uno tenía la sensación de ser parte de un mismo universo, algo que para los expatriados es tan difícil de sentir aquí. Con otras poesías me acordé de personas concretas, empezando por mi madre, como no, con la Canción Desesperada de Neruda que tantas veces de jovencita escuché. De Laura, cuando entonó romances de Lorca y entonó eso de Córdoba lejana y sola. De Gloria, y de los andaluces de Jaén, aceituneros altivos... Sé que os hubiera gustado compartir ese momento universal que os describo, ese pertenecer a un ideario y un sentimiento común. Pensé en mí misma, tocando la guitarra (¿dónde fue a parar?) en mi casa durante una de mis soledades o en la iglesia; sobre el escenario en la despedida del verano en Angoulême (¿sabes Gloria que todavía tengo colgado en mi habitación de El Burgo lo que me escribiste después de aquella noche?) y en el chalé de mi amiga a las afueras de Valladolid, cómo olvidar aquel fin de semana mágico Laura, magnífica anfitriona y “mecenas” mía J . Fíjate, creo que esa fue la última vez que toqué de ese modo, hace casi ya 9 años...
Los aplausos le llovían a Paco Ibáñez entre canción y canción, tanto que debía de estar preguntándose cómo era posible esa afición en un lugar tan lejano como Brujas... pero es que tenía enfrente a un público a la altura, los estudiantes de español de la escuela municipal de Brujas, a la sociedad más progresista de la ciudad, profesores de español y españoles expatriados en Bélgica y otros países vecinos. El público belga fue, aún así, un poco soso y retraído. El artista nos pidió en varias ocasiones que cantáramos con él y as lo hicimos, qué bonito. Al final, hizo amago de terminar el concierto pero los españoles nos lanzamos juntos al grito de “otra”. Cantamos juntos “a galopar”. Después de dos o tres bises, no exentos de anécdotas por medio, se fue del escenario con un ramo de flores entre las manos. El público le despidió levantado del asiento. Glorioso.
Después decidimos ir a buscarle por la puerta de atrás. La espera mereció la pena. Charlar con él, hacernos fotos, firmarnos el cd. Le despedimos con un “¡salud!” y tras mover su mano como temblorosa a modo de saludo, cogió su guitarra enfundada y se metió en la cantina de enfrente.
Las tres espectadoras amigas teníamos la sensación de haber sido parte de algo importante. Y creo que así fue.

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