O la
espera vigilante. O la dulce espera.
Cuatro
semanas rumbo a la historia más antigua.
Como
madre que soy, no puedo por más que apiadarme de María.
Qué
penurias debió de pasar y qué frío. Cada año por estas fecha y más adelante
sobre todo,
en la
Nochebuena, pienso en esa historia. En
la historia de José y María. Una
embarazada de nueve meses a lomos de un burro, buscando posada. Al final llega al mundo Jesús en un pesebre,
no se puede evitar lo inevitable. La vida
se abre camino donde sea. Y cuántos Josés y Marías buscan cada año cobijo en el
frío. No sabemos lo que tenemos. Mientras nos agobiamos por comprar regalos,
preparar viajes, pensar el menú del banquete, hay gente que se va a la cama y
no se duerme del frío que pasa, los pies helados y el estómago rugiendo. Nos ha colonizado el materialismo. A mí la
primera.
Por
eso a veces hay que hacer un alto en el frenesí de nuestras vidas.
Adviento. Creyentes o no, os invito a hacer cuatro
reflexiones, una por cada vela del adviento.
Nos
falta tiempo de pararnos a pensar en las cosas importantes.
Una:
el amor. ¿Cuidamos suficiente el amor de
los nuestros? ¿Damos igual que recibimos? ¿Entendemos la esencia del verdadero
amor, que es amar sin esperar nada a cambio?¿O nos dejamos dominar por el
egoísmo?. Dos: la paz. En guerras lejanas no tenemos ni voz ni voto, pero quizá
podemos evitar los pequeños conflictos cotidianos: el enfado en el súper, los malos modales en
el tráfico, las rencillas caseras. Tres: la tolerancia. De boca en boca va todo lo que nos hace
diferentes. ¿Acaso no somos todos seres humanos con las mismas necesidades y
los mismos sueños? Hoy en día no dejamos pasar ni una, ¿merece la pena?.
Cuatro: la fe. Se puede tener fe en
muchas cosas. Es la esperanza, es el optimismo. Fe en que todo mejorará, fe en
que se curará. ¿Son los creyentes más
felices? ¿O más ingenuos?. ¿Puede la fe
cristiana todavía enseñarnos algo si la mirarmos en su esencia?.
No se
lleva creer aunque quizá sea hoy más que nunca lo que necesitemos.
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