Como una estrella de mar, te abrirás
alejándote de tu cunita, escucharás
de boca en boca frases de la vida
de pasito en pasito encontrando el camino
(...)
Entre figuritas de papel y cartón
comprenderás y volarás, volarás.
Annie Sureda
Coser un botón o arreglar un descosido es un poco como curar una herida y proporciona una sorprendente satisfacción. Me gusta coser, remendar los agujeritos y recoser los botones de la ropa de mi hija como si le diera besos en una herida. Supongo que forma parte de mis recuerdos dulces como hija: ver a mi madre coser, hacer punto o ganchillo, bordar, me transmitía una sensación de paz y es una imagen tradicional de la madre en casa como concepto físico pero también psicológico de permanencia, seguridad y protección. El runrún de la máquina de coser era una nana que adormila los miedos e inseguridades infantiles.
La vida es un círculo y todo vuelve. Antes hija, ahora madre. Quién presagió que volveríamos a lo manual, que se llenarían (y con listas de espera) las clases de costura, que querríamos hacer la ropa a nuestros hijos. Quién se hubiera atrevido a presagiar esa nostalgia en la era de la modernidad, en la que era común el comprar-tirar-comprar, las fábricas que hacían ropa que uniformaban a la población y que además salía más barato comprar una bufanda que comprar la lana para hacerla. Y no digamos el tiempo. Cuando no había tiempo para nada, ni siquiera para aprender lo que podría llegar a ser una afición. Ese pasatiempo heredado de madres a hijas. He visto a mi madre y a mi abuela hacer ganchillo. Patucos, alfombrillas, mantitas que me tapaban en mis siestas universitarias. Y quizá tuvo que venir la peor crisis económica a descubrirnos la vida. La casa, la familia, la maternidad y la caja de botones. Quizá la crisis nos quite el trabajo y los lujos materiales. Pero quizá la crisis nos devuelva la vida pura, el tiempo, las cosas que hacemos con las manos, la crianza de nuestros hijos, esa comida preparada con mimo que desafía a las enfermedades. Quizá descubramos de pronto que a pesar de la crisis o gracias a ella, podemos ser felices con las cosas más elementales y quizá el secreto siempre estuvo en una caja de botones.
PD: Mi regalo del día de la madre ha sido un precioso costurero. Hace unos años jamás habría imaginado querer un regalo así.
Yo, hasta hace muy poco, hasta renegaba del día de la madre, comercial, vendido al consumismo, en fin, toda la retahíla. Algo de eso me queda, pero tengo que confesar que los regalos de Tobias y de Clara que he recibido este año justo en ese día son de los mejores que he recibido nunca.
ResponderEliminarY, aunque coso muy mal y no tengo paciencia ni creatividad para ello, veo la poesía que se esconde en un costurero. Disfrútalo.
Felicidades a ti también por ser mamá.