8 de mayo de 2015

Con flores a (Ana) María



Aunque este relato es ficción, está inspirado en una historia real.

Begoñas, azaleas, geranios, lirios, petunias...en el vivero de Lochristi no sabe por dónde empezar. Se las llevaría todas.  Además es mayo y todo se vende.  Los aromas del vivero la hipnotizan y se queda un rato con la mirada fija en las rosas naturales, con corolas enormes, tallos infinitos y espinas puntiagudas.  Las blancas siempre han sido sus favoritas. Una rosa blanca, natural y solitaria, sin envoltorios ni ornamentos, es lo más bonito que hay, piensa en voz alta. Hace mucho que nadie le regala una rosa de ésas el segundo domingo de mayo.
“Siento no haber hecho los deberes”, le dice con una timidez infantil a la profesora de español.  “Este mes es una locura.  Empezamos en la tienda con el uno de mayo, luego el día de la madre, las comuniones...la verdad es que vengo a clase para desconectar y relajarme, así que no me preguntes nada difícil porque estoy en otra galaxia”.  Durante los descansos, ella y su compañera Berlinde suelen llevar la voz cantante en las tertulias del grupo.  Pero hoy Ana María está más callada que de costumbre.  Escucha lo que dicen los otros con la vista perdida en algún punto de la barra de la cafetería.  Cuando la profesora le pregunta ça va?, ella hace una mueca graciosa, como quitándole importancia.  ça va...

No fue fácil mantener la compostura durante aquel descanso. Escuchar las historias de las madres y abuelas allí presentes. Porque ese día no le parecían sus compañeras de clase, todas se volvieron de repente eso, madres y abuelas.  Y que conste que generalmente lo lleva bien, pero hoy, estando tan cerca el día de la madre, duele mucho.  Escuece.  Hay días en que la distancia duele como una espina que arañara sus entrañas.  Las dos distancias, la kilométrica y la distancia insalvable de lo no dicho.  Antes de que su hija lo abandonara todo, trabajaban juntas en la tienda.  Durante el mes de mayo fantaseaban con los viajes que harían durante el cierre anual por vacaciones.  Cada año, por el día de la madre, después de cerrar,  su hija le dejaba una rosa blanca sobre el mostrador con una nota.  Luego iban con papá a cenar los tres juntos.  Un verano se fueron los tres de vacaciones a Egipto.  Allí lo conoció.  Después meses de cartas y llamadas.  Y un día, un sobre en el mostrador tratando de explicar lo inexplicable.  Desde entonces a hoy, silencio.  

Nunca ha sido muy creyente.  Sentada en el banco de la pequeña iglesia del pueblo a la que no entraba desde niña, tararea una canción.  Venid y vamos todos, con flores a María, con flores a María, que madre nuestra es...  Mira a la virgen de madre a madre buscando respuestas que no existen.  A veces se imagina que su hija ha muerto.  Se consuela así, sin esperar ya nada.  Aunque sabe que es un pensamiento terrible, es la única manera de encontrar un poco de paz.
Begoñas, azaleas, geranios, lirios, petunias ... Es tarde y hoy ha sido un buen día, a pesar de todo.  Han vendido mucho, se ha dado bien.  Piensa que no va a recoger la tienda hoy, que ya lo hará mañana muy temprano, porque está agotada, le duelen las manos, los pies, la espalda.  Se sienta un momento en un taburete de la trastienda.  En la mesa de madera donde hace los ramos advierte la rosa blanca.  El corazón le da un vuelco.  Intenta quitarse esa súbita ilusión de la cabeza.  Se frota los ojos y vuelve a mirar bien.  Hay una nota atada al tallo con una cuerdecilla. Antes de que acierte a levantarse de la silla para cogerla, alguien le tapa los ojos.  Son dos manos suaves y tibias.  Ana María expulsa un suspiro inmenso.  Cree que se va a desmayar de la emoción.  Le falta el aire pero aguanta.  Su hija le susurra al oído: felicidades, mamá.

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