26 de abril de 2013

El chicle que mastican los hipócritas




Me había quedado traspuesta en el sofá cuando sonó el móvil. Albertina casi me deja sorda:  “La cerradura tía, nos han vuelto a atascar la cerradura otra vez”. Medio dormida, me incorporé fastidiada “Joder, ¿otra vez?¿con palillos?” - “ No, con chicle, ¡qué asco tia! ¿qué hacemos?" -  “Pfffffffff”  - “Vente anda y lo intentamos quitar nosotras con la llave o como sea, si no vamos a tener que cambiar la cerradura otra vez y ya sería la segunda en lo que va de mes.”   - “Vaaaale, voy para allá, espera que me despierte un poco que me has pillado sobando, ve cogiéndome un café de la máquina”. 
Salí pitando para la facultad de Derecho donde teníamos “la garita”, o sea, el humilde despacho que la facultad nos había dejado para que usásemos como sede de la revista.  Todo había empezado a principios de curso, cuando decidimos contratar la publicidad de una clínica abortista en la contraportada de Artículo 20.  Una página entera. A color.  Y eran los que más pagaban. Porque sólo de las ventas y de la subvención no podíamos sobrevivir.   ¿Y además, por qué no? Al fin y al cabo la mayoría de los redactores estábamos a favor y no en vano se llama nuestra publicación “Artículo 20: Libertad de expresión”.  Sabíamos que levantaría ampollas en los más reaccionarios de la universidad. Estábamos en Fachadolid.  Pero no nos imaginábamos que llegarían al extremo del acoso y del boicot más miserable.  Primero fueron las pintadas rojas en la puerta de la garita, luego la pancarta colgando de uno de los balconcillos a los que daba el patio interior donde nos poníamos a vender la revista.  Los anónimos en el buzón, más pintadas por la facultad “Artículo 20: ASESINOS”.  Nos parecía inconcebible, ¡estábamos en el año 2000!.  En la última reunión decidimos no apearnos del burro, seguir con la publicidad de Gineclínica.  Antes o después se calmarían los ánimos, ya se cansarían o se acostumbrarían, una de dos. 
Cuando llegué a Derecho, Albertina ya había llamado a los demás.  Entre todos habían conseguido sacar el puto chicle de la cerradura con jabón o no sé qué, habían metido la llave y abierto la garita.  Estuvimos un buen rato allí sentados indignándonos y pensando cómo salir de aquel atolladero.  De tanto hablar se nos quedó la boca seca y nos bajamos a tomar una caña a la Tramoya donde éramos ya habituales.  No podíamos evitar preguntarnos “¿Quién coño nos está haciendo estas putadas?”  “Son los de las nuevas generaciones, gente del Opus? ¿O quién?”. “Da igual, no les vamos a pillar, y aunque les pillásemos, qué?.  Mientras ellos especulaban con más detalle sobre quiénes eran, yo le daba vueltas y vueltas en mi cabeza y le ponía cara al cabrón que nos había jodido la cerradura por segunda vez,  me imaginaba a algún facha repeinado con los cuellos subidos metiendo los palillos por la cerradura de la garita con los que antes se había sacado un trozo de carne de cordero lechal.  “Y lo peor es que luego estos niñatos son los primeros que están con sus novias en la sala de espera de Gineclínica, ¿te juegas algo?No ves que el Papa les prohibe hacerlo con condón? Rugió una carcajada colectiva.   Según ellos hay que prohibir el aborto para los pobres, porque ellos al fin y al cabo siempre encuentran la manera de quitarse el marrón del encima. Habiendo dinero.   Mira en tiempos de Franco quién se iba a Londres.”   

Mientras los que jugaban a ser periodistas continuaban su debate, sus cañas y sus cacahuetes,  no muy lejos de allí, en una habitación del Colegio Mayor Santa María de Covadonga, una chica se deshacía en lágrimas mientras se fumaba un cigarrillo detrás de otro.  Su compañera de habitación la intentaba consolar como podía aunque era consciente de que el trance por el que acababa de pasar no era moco de pavo.  El hecho en sí, claro, pero también esa sala tan blanca y tan fría, la decoración de mal gusto, hasta había ejemplares de la revistucha esa de rojos de mierda.  Pero mira a lo hecho pecho.  Super incipiente y sin que nadie lo supiera.  Lo hubiera hecho sola pero cómo presentarse en la clínica y el mal rato y que no, mejor iban las dos.  Tenía que guardarle el secreto, se lo había jurado por dios, y es que tenía que hacerlo, porque si su novio de toda la vida se enteraba de que le había puesto los cuernos con otro... cuando se suponía que iban a estrenarse juntos, y que para más inri, se había quedado embarazada...qué vergüenza, se repetía, qué vergüenza.  ¿Y cómo lo iba a tener? Si aún estaba en segundo de empresariales, y sus padres... su padre que era concejal del PP de un pueblo de derechas de toda vida, y los de las nuevas generaciones de Valladolid, que no, qué escándalo, en serio, horrible, marcada de por vida, no no, no había otra. Un mal sueño, mira.  Y que  lo que no se cuenta, no existe.  Y ahora es un palo pero es lo mejor y ya habrá tiempo, que además yo quiero tener muchos eh, cuatro o cinco y llevarlos a todos monísimos, pero ahora no me veo y menos con ese pintas de padre, qué vergüenza...Su amiga y compañera de habitación salió un momento del cuarto de estudiante para vaciar el cenicero en el pasillo.  Entonces se tumbó en la cama de noventa coronada por un crucifijo, y mirándose escrupulosamente las manos, se quitó con la uña un trozo del chicle que había pegado en la garita el día anterior.

Nota de la autora: a pesar de ser un relato de ficción, está basado en hechos reales.  Doce años después de esta historia, el ministro de Justicia del PP quiere modificar la ley del aborto poniendo obstáculos a las mujeres que desean llevar a cabo la interrupción de su embarazo

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