Salí
pitando para la facultad de Derecho donde teníamos “la garita”, o sea, el
humilde despacho que la facultad nos había dejado para que usásemos como sede
de la revista. Todo había empezado a
principios de curso, cuando decidimos contratar la publicidad de una clínica
abortista en la contraportada de Artículo 20.
Una página entera. A color. Y
eran los que más pagaban. Porque sólo de las ventas y de la subvención no
podíamos sobrevivir. ¿Y además, por qué no? Al fin y al cabo la
mayoría de los redactores estábamos a favor y no en vano se llama nuestra
publicación “Artículo 20: Libertad de expresión”. Sabíamos que levantaría ampollas en los más
reaccionarios de la universidad. Estábamos en Fachadolid. Pero no nos imaginábamos que llegarían al
extremo del acoso y del boicot más miserable.
Primero fueron las pintadas rojas en la puerta de la garita, luego la
pancarta colgando de uno de los balconcillos a los que daba el patio interior
donde nos poníamos a vender la revista.
Los anónimos en el buzón, más pintadas por la facultad “Artículo 20:
ASESINOS”. Nos parecía inconcebible, ¡estábamos
en el año 2000!. En la última reunión
decidimos no apearnos del burro, seguir con la publicidad de Gineclínica. Antes o después se calmarían los ánimos, ya
se cansarían o se acostumbrarían, una de dos.
Cuando
llegué a Derecho, Albertina ya había llamado a los demás. Entre todos habían conseguido sacar el puto
chicle de la cerradura con jabón o no sé qué, habían metido la llave y abierto la
garita. Estuvimos un buen rato allí
sentados indignándonos y pensando cómo salir de aquel atolladero. De tanto hablar se nos quedó la boca seca y
nos bajamos a tomar una caña a la Tramoya donde éramos ya habituales. No podíamos evitar preguntarnos “¿Quién coño
nos está haciendo estas putadas?” “Son
los de las nuevas generaciones, gente del Opus? ¿O quién?”. “Da igual, no les
vamos a pillar, y aunque les pillásemos, qué?.
Mientras ellos especulaban con más detalle sobre quiénes eran, yo le daba vueltas y
vueltas en mi cabeza y le ponía cara al cabrón que nos había jodido la cerradura por segunda
vez, me imaginaba a algún facha
repeinado con los cuellos subidos metiendo los palillos por la cerradura de la
garita con los que antes se había sacado un trozo de carne de cordero lechal. “Y lo peor es que luego estos niñatos son los
primeros que están con sus novias en la sala de espera de Gineclínica, ¿te
juegas algo?. No ves que el Papa les
prohibe hacerlo con condón? Rugió una carcajada colectiva. Según ellos hay que prohibir el aborto para
los pobres, porque ellos al fin y al cabo siempre encuentran la manera de
quitarse el marrón del encima. Habiendo dinero. Mira en tiempos de Franco quién se iba a
Londres.”
Mientras
los que jugaban a ser periodistas continuaban su debate, sus cañas y sus
cacahuetes, no muy lejos de allí, en una
habitación del Colegio Mayor Santa María de Covadonga, una chica se deshacía en lágrimas
mientras se fumaba un cigarrillo detrás de otro.
Su compañera de habitación la intentaba consolar como podía aunque era
consciente de que el trance por el que acababa de pasar no era moco de
pavo. El hecho en sí, claro, pero también esa
sala tan blanca y tan fría, la decoración de mal gusto, hasta había ejemplares de la
revistucha esa de rojos de mierda. Pero
mira a lo hecho pecho. Super incipiente y
sin que nadie lo supiera. Lo hubiera
hecho sola pero cómo presentarse en la clínica y el mal rato y que no, mejor
iban las dos. Tenía que guardarle el
secreto, se lo había jurado por dios, y es que tenía que hacerlo, porque
si su novio de toda la vida se enteraba de que le había puesto los cuernos con
otro... cuando se suponía que iban a estrenarse juntos, y que para más inri, se
había quedado embarazada...qué vergüenza, se repetía, qué vergüenza. ¿Y cómo lo iba a tener? Si aún estaba en
segundo de empresariales, y sus padres... su padre que era concejal del PP de un
pueblo de derechas de toda vida, y los de las nuevas generaciones de Valladolid, que no, qué escándalo, en serio, horrible, marcada de por vida, no no, no había
otra. Un mal sueño, mira. Y que lo que no se cuenta, no existe. Y ahora es un palo pero es lo mejor y ya habrá
tiempo, que además yo quiero tener muchos eh, cuatro o cinco y llevarlos a
todos monísimos, pero ahora no me veo y menos con ese pintas de padre, qué
vergüenza...Su amiga y compañera de habitación salió un momento del cuarto de estudiante para vaciar el
cenicero en el pasillo. Entonces se
tumbó en la cama de noventa coronada por un crucifijo, y mirándose escrupulosamente las manos, se quitó con
la uña un trozo del chicle que había pegado en la garita el día anterior.
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