Esta es la historia de una niña pequeña que vivía en un pueblecito donde los inviernos eran muy largos y muy fríos. Esta niña pequeña venía de una familia humilde y sus padres se partían el lomo trabajando para poder salir adelante y para terminar de construir su casa. Como sus padres trabajaban tanto, a ella la cuidaba su abuela. En casa de la abuela también vivía su tía que todavía estudiaba para ser maestra. Su tía le traía regularmente libros de la biblioteca porque la niña era demasiado pequeña para tener el carné. A la niña le encantaba leer. En una de esas tardes muy largas y muy frías, seguramente de noviembre, su tía le dijo: - “Ven, que tengo una sorpresa para ti”-. La niña saltó del sillón de mimbre de la cocina y corrió al portal a ponerse el gorro y el abrigo. Las dos caminaron un rato por las callejuelas desiertas del pueblo. Ya había anochecido. La tía se paró enfrente de un edificio muy antiguo con un gran portón abierto. Una escalera de madera roída a la que parecían dolerle todos sus peldaños se alzó ante ellas. -“¿Dónde estamos tía?”. Preguntó – “Esta es la biblioteca. Hoy vas a tener tu propio carné. El bibliotecario me ha dicho que eres la niña que más libros lee de todo el pueblo y que por eso va a hacer una excepción y aunque no tengas la edad, te va a hacer el carné de la biblioteca para que puedas venir a sacar tus propios libros.”- Sentí una emoción indescriptible. Me sentí importante e independiente. Ascendimos por esa escalera desgastada que parecía desvanecerse a nuestro paso y abrimos una puertecilla. Era una habitación grande llena de mesas con butacas y estanterías, montones de estanterías llenas de libros. Olía a estufa de gas. En una esquina al fondo a la izquierda, un hombrecillo que andaba con muletas estaba colocando un libro. Supuse que él era el bibliotecario. Se sentó en su mesa llena de papeles y cogió una tarjeta. Pronunció mi nombre y apellidos en voz alta antes de que yo pudiera abrir la boca para decirle quién era. - “La primera de la lista”- añadió mirándome fíjamente por encima de las gafas y con una media sonrisa. Esa tarde, de la emoción, no supe qué libro coger. Al día siguiente y al siguiente, volví. Aún recuerdo al bibliotecario mirándome por encima de las gafas diciendo cada vez que me llevaba un libro “Almazán de Blas, Elvira”.
Moraleja: El amor que mi madre y mi tía me inculcaron por los libros ayudó a formar quien hoy soy. La lectura de libros, las visitas a la biblioteca me ayudaron a no pensar en algunas miserias de mi infancia. Me salvaron. Quien tiene un buen libro, tiene un tesoro. El racismo y la intolerancia se curan leyendo. Más Platón y menos Prozac. FELIZ DÍA DEL LIBRO.
Algo tienen los libros para que un día como hoy esté marcado en tu calendario y en el mío, con color azul y alas.
ResponderEliminarQué emoción al leer tu entrada, Elvi, querida, y saber que los libros eran, son y serán nuestra tabla de salvación.
¡Felicidades por este día!
Felicidades a ti también! Vivan los libros! :-)
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