Antes
iba siempre a trabajar en tren y es que antes tenía más tiempo. Lo que más me gusta de las estaciones de tren
es el ambiente variopinto, la heterogeneidad de la gente. Me gusta viajar en tren porque puedo hacer un
montón de cosas en ellos cuando no están abarrotados. Mirar, leer, dormir, volver a mirar,
escribir, leer, pensar muchísimo, inspirarme, recordar, escuchar música o a la
gente que va hablando al lado, observar el paisaje, escribir como estoy
haciendo ahora y sobre todo, dejarme llevar...
Me
gusta sacar el billete en las maquinitas. Me gusta comprar el periódico en un
quiosco y pedir un café para llevar. No
me gustan los revisores cara vinagre. Me
gusta tener tiempo para observar mucho en una estación de tren y en el tren
mismo. El escritor es esencialmente un voyeur (y no necesariamente un voyageur). No me
gusta la gente que sube después de haber apurado la última calada. El olor a tabaco en el tren me marea. Me gusta encontrarme de pronto con la mirada
de un extraño. Me gusta que los trenes
lleven y traigan. Un sucio tren llevó a Sabina de su Úbeda natal hacia el norte, como dice en la canción. En el
tren me leí libros inolvidables como el Corazón
helado de Almudena Grandes. La
despedida en una estación de tren es la más intensa y romántica despedida que
existe. El corazón parece salirse del
pecho a golpe de silbato, luego un pitido y esa sensación de que las puertas se
cerrarán para siempre. Hoy el silbato me ha arrancado una sonrisa porque hoy no
tengo que despedirme de nadie. Hoy ese
pitido me hace sentirme feliz y libre.
Tren,
tiempo, mirar, escribir, dejarme llevar...
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