16 de noviembre de 2012

Las mil y una formas de ser madre



El pasado 11 de noviembre fue el Día Internacional de la Mujer.  Mientras disfrutaba de un café en el desayuno, leí una columna del suplemento del fin de semana de De Morgen escrita por Cathérine Ongenae que me dio ganas de escribir una entrada sobre las mil y una maneras de ser madre.  De su columna se había resaltado la siguiente frase: “los niños no se acordarán el en futuro de lo limpia que estaba su casa, de modo que ¡qué le den a los platos sucios! ¡ viva el polvo y la comida china!”.  Qué razón lleva, pensé.  Nos ofuscamos muchas veces en tareas que son menos prioritarias si tenemos en cuenta qué es lo prioritario y es ser felices y disfrutar el momento.  A ser felices como madres también se aprende.  Se aprende a levantarse un día y en lugar de poner la lavadora y cocinar y lavar los platos y recoger los juguetes del salón, haciendo un sol de lujo fuera (bien preciado por estos lugares) o no haciéndolo, tener la valentía de decir “fuck” (¡qué le den!), y dejarlo todo empantanado e irte a dar un paseo con tu bebé o sola.  Creo que hay algo de lo que sí se acuerdan los niños cuando son mayores y es de lo feliz que era su madre.  Yo tengo ese recuerdo de la mía en mi juventud.  A pesar de tener circunstancias familiares adversas y tener que hacer innumerables horas extras y encima no nadar en la abundancia (ahora lo llaman crisis),  mi madre sabía disfrutar de la vida y yo la veía feliz.  Tenía su trabajo y sus amigas, se daba sus caprichillos, iba al gimnasio y a sus clases de adultos y en casa yo le ayudaba lo que podía para que las dos pudiéramos disfrutar del tiempo libre.  Quiero decir con esto que tenemos como madres la obligación de aprender a ser felices, se lo debemos a nuestros hijos.  De qué nos sirve jugar a ser las madres perfectas teniendo la casa como una patena, cocinando todos los días los manjares más exquisitos, si nos pasamos el día quejándonos y diciendo que no tenemos tiempo de hacer esto o lo otro.  Al final transmitiremos a nuestros hijos que dejamos el trabajo para cuidarlos, que ya no tenemos ningún hobbie por la misma razón y que somos unas esclavas de la familia por lo mismo.  Voy a ser muy bruta pero parece que les estuviéramos mandando el siguiente mensaje subliminar: tuve hijos y dejé de ser feliz.  (Porque no nos engañemos, hay muchos momentos en la vida de una madre en que una se siente desbordada...).  No pasa nada por no cocinar un día y darle a tu hijo pequeño un potito o ir a por comida precocinada.  No pasa nada si una semana no hacemos la limpieza y pedimos a alguien que nos  los cuide un ratito para ir a una exposición, al cine o de compras.  Recargaremos las pilas y volveremos con energía renovada para volver a ser mamás.  Y suscribo otra cosa de la que habla la escritora: basta ya de competir entre nosotras por ver quién es la mejor madre.  Que si la que da el pecho, que si la que da el bibe, la que trabaja a tiempo completo, la que se queda en casa, etc, etc, etc.  Hay mil y una formas de ser madre (que dependen de muchos factores externos a nosotras)  y todas pueden ser la mejor cuando somos felices haciendo lo que hacemos y vemos que nuestros hijos también lo son.  Hay que aprender a ser mamá pero también dejar tiempo para ser mujer, amiga, lectora, fashion victim, lo que sea.

PD: Llegará un día en que esta columna ya no esté dedicada sólo a las mamás sino a los padres en general.  Pero hasta ahora somos nosotras las que nos enfrentamos a todos estos dilemas y a un techo de cristal que muchas veces nosotras mismas nos construimos.

8 de noviembre de 2012

Ilusión



En estos tiempos sombríos dominados por nubes negras y agoreros que proliferan en cada esquina y en cada columna periodística, quizá pueda un discurso a miles de kilómetros de distancia, devolvernos la ilusión.  Ayer por la mañana vi el discurso de Obama en directo y en inglés y creo que como a mí a millones de telespectadores y a oyentes que iban al trabajo en coche, nos llenó de emoción y de esperanza porque a fin de cuentas, quien dirige los Estados Unidos, de algún modo, dirige el mundo y nuestros destinos.  Los norteamericanos han sido valientes.  Lo que no supimos ser la mayoría de los europeos, que culpabilizamos a los gobiernos socialistas de la crisis económica y los chaqueteros de turno dieron la batuta a los partidos de la derecha (por ejemplo, en España).  La Europa intelectual siempre se ha sentido un poco por encima del país de las hamburguesas.  El grueso de nuestra población es mucho más culta y menos fanática.  Pero Europa se está volviendo muy gris azulmarengo y más particularmente mi querida España.  Día sí y día no los medios de comunicación nos fustigan con titulares apocalípticos, con declaraciones trasnochadas y afanes retrógrados de algunos políticos que dan miedo.  Pero ayer Obama, en un discurso sin duda holliwoodiense (y no por eso menos admirable), nos entusiasmó a todos.  Un discurso filosófico, un discurso lleno de agradecimientos entrañables, como la declaración de amor a su mujer (un ejemplo de primera dama, formada, crítica, combativa, nada de mujer florero) y a sus compañeros de partido y lleno de esperanza, de ilusiones que es lo que necesitamos para poder lanzarnos a la conquista de nuestros sueños.  En Europa, la clase política en lugar de motivarnos, aniquila nuestra capacidad de soñar. Obama habló de una gran familia en la que unos cuidan de otros.  Aquí cada día se impone un poco más eso de que “cada palo aguante su vela”. 
Sé que no sólo de palabras bonitas se vive, pero es un buen pistoletazo de salida.  ¿Cómo vamos a salir de la nube negra si primero no nos lo creemos?
Posdata: hay que escuchar el discurso de Obama original, en inglés of course y sin doblar, sólo así podrá llegarnos su mensaje, sin intermediarios, directo al corazón.