El
pasado 11 de noviembre fue el Día Internacional de la Mujer. Mientras disfrutaba de un café en el
desayuno, leí una columna del suplemento del fin de semana de De Morgen escrita por Cathérine Ongenae
que me dio ganas de escribir una entrada sobre las mil y una maneras de ser
madre. De su columna se había resaltado
la siguiente frase: “los niños no se acordarán el en futuro de lo limpia que
estaba su casa, de modo que ¡qué le den a los platos sucios! ¡ viva el polvo y la
comida china!”. Qué razón lleva,
pensé. Nos ofuscamos muchas veces en
tareas que son menos prioritarias si tenemos en cuenta qué es lo prioritario y
es ser felices y disfrutar el momento. A
ser felices como madres también se aprende.
Se aprende a levantarse un día y en lugar de poner la lavadora y cocinar
y lavar los platos y recoger los juguetes del salón, haciendo un sol de lujo
fuera (bien preciado por estos lugares) o no haciéndolo, tener la valentía de
decir “fuck” (¡qué le den!), y dejarlo todo empantanado e irte a dar un paseo
con tu bebé o sola. Creo que hay algo de
lo que sí se acuerdan los niños cuando son mayores y es de lo feliz que era su
madre. Yo tengo ese recuerdo de la mía
en mi juventud. A pesar de tener
circunstancias familiares adversas y tener que hacer innumerables horas extras
y encima no nadar en la abundancia (ahora lo llaman crisis), mi madre sabía disfrutar de la vida y yo la
veía feliz. Tenía su trabajo y sus
amigas, se daba sus caprichillos, iba al gimnasio y a sus clases de adultos y
en casa yo le ayudaba lo que podía para que las dos pudiéramos disfrutar del
tiempo libre. Quiero decir con esto que
tenemos como madres la obligación de aprender a ser felices, se lo debemos a
nuestros hijos. De qué nos sirve jugar a
ser las madres perfectas teniendo la casa como una patena, cocinando todos los
días los manjares más exquisitos, si nos pasamos el día quejándonos y diciendo
que no tenemos tiempo de hacer esto o lo otro.
Al final transmitiremos a nuestros hijos que dejamos el trabajo para
cuidarlos, que ya no tenemos ningún hobbie por la misma razón y que somos unas
esclavas de la familia por lo mismo. Voy
a ser muy bruta pero parece que les estuviéramos mandando el siguiente mensaje
subliminar: tuve hijos y dejé de ser feliz.
(Porque no nos engañemos, hay muchos momentos en la vida de una madre en
que una se siente desbordada...). No
pasa nada por no cocinar un día y darle a tu hijo pequeño un potito o ir a por
comida precocinada. No pasa nada si una
semana no hacemos la limpieza y pedimos a alguien que nos los cuide un ratito para ir a una exposición,
al cine o de compras. Recargaremos las
pilas y volveremos con energía renovada para volver a ser mamás. Y suscribo otra cosa de la que habla la
escritora: basta ya de competir entre nosotras por ver quién es la mejor
madre. Que si la que da el pecho, que si
la que da el bibe, la que trabaja a tiempo completo, la que se queda en casa,
etc, etc, etc. Hay mil y una formas de
ser madre (que dependen de muchos factores externos a nosotras) y todas pueden ser la mejor cuando somos
felices haciendo lo que hacemos y vemos que nuestros hijos también lo son. Hay que aprender a ser mamá pero también
dejar tiempo para ser mujer, amiga, lectora, fashion victim, lo que sea.
PD: Llegará
un día en que esta columna ya no esté dedicada sólo a las mamás sino a los
padres en general. Pero hasta ahora
somos nosotras las que nos enfrentamos a todos estos dilemas y a un techo de
cristal que muchas veces nosotras mismas nos construimos.