Están
casi ahí, se huelen, se sienten, las golondrinas surcando el cielo llevan ya
unas semanas anunciándolas, la puerta a las vacaciones de verano está ya
entreabierta. Esta mañana en la escuela
de Amélie, la emoción era palpable, ya casi nadie prestaba atención al último
discurso matinal de la directora, interrumpiendo sus palabras de despedida con
un arrugarse de bolsas, papel de celofán y otros envoltorios que contenían los
regalos a los profesores. Los más
pequeñitos sujetan con alegría todo el camino a la escuela el dibujo que han
hecho a su seño. Ese detalle final es
para mí una indispensable muestra de agradecimiento. Muchos dirán que por qué hay que comprar un
regalo al profesor si ya le pagan por hacer su trabajo. Ése me parece un comentario injusto: hay muchas
formas de desempeñar tu trabajo, puede ser insuficiente, suficiente, bien, notable o
sobresaliente. Y a todos les pagan lo
mismo. La enseñanza no es un sector en
el se bonifique el mérito. La escuelas
no son bancos. No todos los profesores están en la docencia por vocación y eso
se nota a la legua. Yo misma, que estoy
en el gremio, no puedo negar que, cuando vienen con el regalito de fin de curso,
me hace ilusión, sea lo que sea, una postal con un bonito texto en español,
unas flores... es una forma de reconocer el esfuerzo y el trabajo bien
hecho. El trabajo no visto de los
profesores es una de las cosas más desconocidas por la sociedad. Las horas de preparación en casa y de
búsqueda de material por internet, en librerías, en conversaciones con otros
compañeros, por no hablar de las correcciones y otras cosas como cuando
preparamos actividades extraescolares o fiestas para los alumnos. Sin embargo, un regalo material no lo
soluciona todo. En la escuela de Amélie,
por ejemplo, seguro que muchas mamás pueden comprar ramos de flores super
chulos o regalazos para quedar de fábula con la seño, pero no se trata de
eso, creo yo. No es una competición a
ver quién lleva el regalo más costoso. Se
trata del detalle. Es mucho más bonito
ponerse de acuerdo con todas las mamás (sí, claro, lleva tiempo y esfuerzo, que
me lo digan a mí, para llegar a todas ellas ¡que no tienen mail ni entienden
ninguno de los idiomas que hablo!) y que cada una, aportando lo que pueda,
pueda contribuir a un regalo colectivo, de toda la clase. Al hacer eso, estamos fomentando algo que es
tan importante para el maestro como el regalo: la implicación de los padres en
el proceso educativo. En mi caso,
tampoco un regalo lo resuelve todo. Este
año he tenido algún percance con alumnos. No suele pasar mucho en la enseñanza de
adultos pero cuando pasa puede ser hostil.
Una disculpa sincera es mejor que una caja de bombones. El materialismo puede en ocasiones hacernos
olvidar lo esencial de la vida. Hoy en
día exigimos mucho y nos disculpamos más bien poco. Quizá sean estos buenos tiempos para recordar
que el mejor regalo para un profesor es el respeto. BUENAS VACACIONES A TODOS