31 de marzo de 2011
Una habitación propia compartida
Mi amor soñado. El verbo hecho carne. De tu paraíso acuático y tropical a mi pecho primero y luego a mis brazos. No me canso de mirarte. Un contemplarte en sí mismo que quita el sueño. Eres preciosa, la cosa más bonita que he visto nunca. Parece como si siempre te hubiera querido. Parece como si siempre hubiera sido madre. Ya nada será lo mismo: ahora entiendo el sentido de esa cantinela. Habitas en mi mente cada instante que no estoy contigo. Qué hermoso traerte al mundo y qué duro. No me canso de mirarte mientras te alimentas de mí. Momentos... La calma y la perfección en el silencio de algunas noches cuando te amamanto. Tu sonrisa. Primero como reflejo inconsciente mientras dormías y ahora como reconociendo la voz y el gesto de tu progenitora. El nuevo ser aprendiendo a vivir. Y la nave nodriza encogiéndose. El cuerpo semi roto, reconciliándose consigo mismo; las hormonas haciendo su trabajo mientras cicatrizan las heridas; la líbido que se empeña en esconderse en lugares recónditos de la rutina; la soledad, a veces, acechando agazapada. El tiempo para la belleza o la literatura se encuentra en stand-by. Si acaso tiempo acrobático para la digestión, la higiene y el sueño interrumpido. No me canso de mirarte. Aunque eso sólo me permita esbozar a modo de poema este inventario de una madre primeriza entre la euforia, la emoción y el cansancio.
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